Opinión: Sobre la amenaza de intervención militar estadounidense en México
NBC News en su edición de este 3 de noviembre publicó que Donald Trump planea intervenir militarmente en México para “combatir el narcotráfico”, advirtiendo que aunque ello no es inminente, sí se realizan ya preparativos; y aunque la presidenta Sheinbaum desestimó el peligro y descartó esa posibilidad (a saber por qué), la noticia no es para ignorarse. EuroNews ofreció detalles. “La Administración del presidente Trump ha iniciado la planificación de una operación militar encubierta en territorio mexicano para atacar directamente a los cárteles del narcotráfico, reveló 'NBC News' […] que cita a dos funcionarios estadounidenses en activo […] el plan contempla el despliegue de tropas y agentes de inteligencia estadounidenses en México, lo que representaría una ruptura drástica con la política tradicional de cooperación discreta […] Las primeras fases de entrenamiento ya habrían comenzado, aunque una decisión final sobre la operación aún no ha sido tomada […] También participarían agentes de la CIA […] los ataques con drones requerirían la presencia de operadores estadounidenses en suelo mexicano”.
Añade EuroNews: “[aunque] la Administración estadounidense preferiría actuar en coordinación con el Gobierno mexicano, no se descarta la opción de operar sin autorización de México” (EuroNews, 3 de noviembre de 2025). Pero el combate a la delincuencia no puede ser obra de ningún gobierno extranjero, ni mucho menos servir como justificación de una intervención militar: esa responsabilidad corresponde exclusivamente al Estado mexicano. Los mexicanos deben resolver sus propios problemas, y Estados Unidos los suyos, precisamente lo que no hace.
Seguramente para muchos escépticos podría ser solo un exabrupto de Trump amenazar con intervenir militarmente, pero ya está visto que cuando ha anunciado operaciones similares en otras partes, las cumple; y ahí está el cerco naval sobre Venezuela y el bombardeo de embarcaciones en el Caribe y el Pacífico.
Pero más allá de opiniones, la realidad presente y la historia nos alertan de que el peligro es real. En el pasado, Estados Unidos ha invadido militarmente nuestro territorio varias veces. En 1844 desplegó fuerzas armadas en Texas, para “proteger” aquel territorio, perteneciente entonces al estado de Coahuila, pero que EE. UU. había venido “colonizando” con ciudadanos norteamericanos y que luego reclamaría como suyo y tomaría en 1845. Pero el apetito imperialista no estaba satisfecho. Invadió México en 1846 y desató una guerra que duró hasta 1848. Entre agosto y septiembre de 1847 las tropas invasoras entraron a la capital mexicana por Lomas de Padierna, Churubusco y Chapultepec.
El conflicto se saldó con la pérdida del 52% del territorio mexicano: alrededor de 2.3 millones de kilómetros cuadrados. El robo fue “legitimado” con un “tratado”, el de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, en el cual México “cedía” los territorios que actualmente comprenden los estados de California, Texas (separada poco antes), Arizona, Nevada, Nuevo México, Utah y partes importantes de Colorado y Wyoming. Sus inmensas riquezas naturales serían luego fundamentales en la consolidación del imperio; por ejemplo, con la “fiebre del oro” en California, entre 1848 y 1855.
En febrero de 1913, en la “Decena trágica”, el gobierno norteamericano orquestó el derrocamiento y asesinato del presidente Madero. Entre el 21 de abril y el 23 de noviembre de 1914 los marines ocuparon el puerto de Veracruz. Entre 1916 y 1917, volvieron a invadirnos, con la “Expedición Punitiva”, dirigida por el general John J. Pershing, que persiguió al general Francisco Villa en el territorio chihuahuense; como dice el corrido, “buscando a Villa queriéndolo matar”, inicialmente con 5 mil soldados; al final con diez mil. Ningún mexicano debe ignorar ni olvidar estos hechos que han dejado profundas heridas en la historia nacional. Con base en todos estos antecedentes históricos, no es una exageración alertar de una posible intervención militar, y sí sería un error tomar a la ligera la amenaza, aunque, cierto, no fuera inminente.
Los estrategas estadounidenses pretenden justificar su política invasora en lo que llaman “El Destino Manifiesto”, concepto formulado en 1845 por el periodista John O´Sullivan, en apoyo a la incorporación de Texas. Dijo: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente, asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno” (O'Sullivan). Y agrega: “esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia…” (Pablo Jofre, El Destino Manifiesto como mito, Rebelión). Atribuye un carácter religioso a la política de conquista y anexión, considerándola como una misión sagrada. Así esta doctrina se hermana con el sionismo.
El presidente Woodrow Wilson (1913-1921) dijo: “Fue como si en la Providencia de Dios un continente se hubiese mantenido virgen aguardando a un pueblo pacífico que amara la libertad y los derechos del hombre más que ninguna otra cosa, para que llegara a establecer una comunidad de auténtico desinterés” (Citado por H. Kissinger en La Diplomacia, FCE). Obsérvese bien: ¡un pueblo pacífico que amara la libertad y los derechos del hombre!
El expresidente Theodore Roosevelt en el mensaje anual a la nación en 1904 expresó: “La injusticia crónica o la importancia que resulta de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada, pueden exigir que, en consecuencia, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y, en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la llamada Doctrina Monroe puede obligar a los Estados Unidos […] en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional” (citado por Pablo Jofre, Rebelión). El imperio se erige así en juez y gendarme del mundo, y supremo defensor de “la libertad”, misma que define a su conveniencia.
Esta ideología ha guiado la política estadounidense desde que se constituyó como nación a partir de 1776. Y a partir de que México se liberó de España en 1821, la relación nunca ha sido la de dos países vecinos viviendo en buena paz y armonía, colaborando en un plano de igualdad en beneficio mutuo, sino de una permanente hostilidad del país del norte contra México, más atrasado económicamente, pobre y débil, una nación en ciernes, de la cual el gigante del norte buscaba, y busca, extraer la máxima riqueza, saqueándola hasta el agotamiento de su pueblo y sus recursos.
Pero el móvil de las invasiones no es fundamentalmente ideológico, religioso o moral, aunque adopte esa forma como envoltura: es esencialmente económico. EE. UU. representa al imperialismo en su forma más acabada, mismo que, ante su formidable desarrollo tecnológico y, por tanto, de su capacidad productiva a escalas inusitadas, su mercado nacional le resulta insuficiente, incapaz de absorber la ingente (y creciente) masa de mercancías producidas. Basta imaginar que la capacidad productiva de Coca-Cola, Boeing o Ford se constriñera estrictamente a lo que pudieran vender dentro de Estados Unidos, siendo que su capacidad productiva les permite cubrir el mundo entero; pues bien, para ello necesitan expandirse a nuevos mercados, por la fuerza, de ser el caso. Y así vienen haciendo, con la diligente colaboración del Estado a su servicio.
Hoy se agrega un factor catalizador. Estados Unidos pierde influencia aceleradamente en el mundo. Solo algunos ejemplos. No tiene acceso a varios mercados importantes; China le está desplazando en África, de la que desde hace 15 años es su primer socio comercial, y donde está a la par de EE. UU. como fuente de inversión extranjera. Su política de someter a Rusia y a China con sanciones, y recientemente con altos aranceles, ha resultado un fiasco: Rusia es económicamente cada día más fuerte, y China resistió el castigo y ha doblegado al gigante norteamericano, como se vio en las recientes negociaciones de Trump con Xi Jinping. Asimismo, junto con la Unión Europea, Estados Unidos sufre una desastrosa derrota en Ucrania, y está siendo expulsado de la región africana del Sahel por los movimientos de descolonización. Ello conduce al imperio a aferrarse con más violencia que nunca a su dominio sobre países cercanos, tradicionalmente bajo su férula. Y en este contexto estamos. Por todo ello, la posibilidad de que, aunque sea en secreto, como advierte el propio Trump, y después abiertamente, sí cabe dentro de la lógica de las posibilidades, y no debe desdeñarse, que Estados Unidos amplíe sus operaciones militares en México. La soberanía nacional peligra, y la indiferencia no es aconsejable.
Texcoco, México, a 4 de noviembre de 2025