Opinión: Impacto del conflicto Israel-Irán en la economía mexicana

Opinión: Impacto del conflicto Israel-Irán en la economía mexicana

Aunque el conflicto entre Israel e Irán ocurre lejos de nuestras fronteras, sus consecuencias ya alcanzan la economía mexicana. Iniciado el jueves 12 de junio, el enfrentamiento se intensificó durante el fin de semana, provocando una inmediata reacción en los mercados: el precio del petróleo se disparó, el nerviosismo financiero volvió a apoderarse de los inversionistas y los bancos centrales del mundo enfrentan ahora un nuevo dilema. En México, donde la inflación repuntó a 4.42% y la economía da señales claras de estancamiento, la presión por seguir bajando la tasa de interés choca contra un entorno global cada vez más incierto y volátil.

Este nuevo episodio bélico no es un capítulo más en el interminable conflicto de Medio Oriente. Es la apertura de una etapa de mayor incertidumbre geopolítica con implicaciones graves para los flujos energéticos, las cadenas de suministro globales, el comercio internacional y, por supuesto, la estabilidad financiera mundial.

Israel-Irán: la chispa que agita al mundo

La operación aérea lanzada por Israel contra instalaciones nucleares y militares en territorio iraní, con más de 200 aviones involucrados, representa un salto cualitativo en la tensión regional y reconfigura la frágil dinámica de poder en Medio Oriente. En respuesta, Irán disparó misiles sobre Tel Aviv, lo que ha generado un episodio particularmente delicado que, por ahora, ha evitado afectar instalaciones energéticas clave como Kharg Island, aunque el riesgo de una interrupción directa en el Estrecho de Ormuz —por donde transita cerca del 30% del crudo mundial— permanece latente.

Los mercados reaccionaron de inmediato. El Brent y el WTI subieron más del 7%, el oro se acercó a máximos históricos y las bolsas cayeron en todo el mundo. En México, la mezcla mexicana se encareció en 4.75 dólares, alcanzando los 67.94 dólares por barril, su mayor nivel en lo que va del año. Y al momento de escribir estas líneas, analistas internacionales anticipan que el Brent podría alcanzar hasta 94.10 dólares por barril, ante versiones de nuevos ataques israelíes contra instalaciones energéticas estratégicas en Irán. El aumento en los precios de referencia anticipa alzas en el precio de la gasolina importada, lo que tendrá un efecto directo en los bolsillos de los consumidores, en los costos logísticos y, por supuesto, en la inflación.

Pero no se trata únicamente de precios. La guerra también siembra incertidumbre, propicia flujos de capital hacia activos seguros y reduce el apetito por el riesgo. Las divisas de países emergentes —incluido el peso mexicano— podrían debilitarse, agravando aún más las presiones inflacionarias.

Inflación persistente en un entorno estancado

México cerró mayo con una inflación general anual de 4.42%, un dato superior al 3.93% del mes previo. Este repunte revela la dificultad del Banco de México para anclar las expectativas en medio de un contexto de una economía nacional muy debilitada y un entorno externo incierto y volátil. El componente subyacente —ese que excluye precios volátiles como energía y alimentos— también se mantiene elevado, con una preocupante persistencia en los servicios, lo que refleja rigideces estructurales que el banco central no puede controlar con el movimiento de la tasa de interés.

Jonathan Heath, subgobernador de Banxico, recién lo comentó: “El reto inflacionario se ha complicado”. Y en ese escenario, el debate interno dentro de la Junta de Gobierno está más tenso que nunca. La próxima decisión de política monetaria del 26 de junio podría romper el patrón de unanimidad. Heath anticipa una votación 4 a 1 a favor de un recorte de tasa de medio punto porcentual, y aunque no reveló su voto, dejó claro su escepticismo sobre las proyecciones del propio banco.

Banxico estima que la inflación cerrará 2025 en 3.3%. Pero esa previsión descansa en supuestos que hoy no es tan seguro que se vayan a materializar: estabilidad cambiaria, normalización de precios de energéticos, ausencia de choques externos. Ninguno de esos escenarios parece que se vaya a cumplir. Y si el conflicto entre Israel e Irán se prolonga o se intensifica, la perspectiva se complica aún más.

Política monetaria entre el deber y el deseo

El mandato de Banxico es claro y consiste en mantener la estabilidad de precios. Pero en la práctica, el contexto obliga a ponderar múltiples factores. El crecimiento económico se ha frenado. La mayoría de los analistas, así como organismos internacionales, anticipamos un estancamiento económico este año. La única voz disonante proviene de la Secretaría de Hacienda, que insiste en que la economía mexicana crecerá 2.5%, en contraste con estimaciones que apenas superan el 0%. Pocos creen ya en las cifras de la SHCP, y esa pérdida de credibilidad en la autoridad fiscal no es menor: erosiona la confianza interna y externa en el rumbo económico del país.

Ese estancamiento abre una puerta para flexibilizar la política monetaria. Una tasa en 8.5% parece demasiado alta en un entorno de bajo crecimiento. Pero el rebote inflacionario, junto con la nueva presión sobre el precio del petróleo y los combustibles, en teoría reduce significativamente el margen de maniobra.

Heath lo reconoce: si la inflación no retoma su trayectoria descendente, “ya no hay mucho espacio para bajar la tasa”. Y en efecto, el riesgo de hacer un recorte apresurado además de debilitar la confianza en el banco central, implica desanclar expectativas inflacionarias, golpea al peso y agrava las presiones de precios. Por otro lado, mantener la tasa demasiado alta podría alargar el estancamiento, desalentar el crédito y retrasar la recuperación.

Una guerra con múltiples frentes: energía, confianza y finanzas

Más allá de los precios del crudo, el conflicto en Medio Oriente plantea riesgos más profundos. Las cadenas de suministro globales ya venían resentidas por la pandemia, la guerra en Ucrania y los nuevos aranceles de EE.UU. Si se suma una interrupción en el tránsito de petróleo por el Estrecho de Ormuz, el impacto sería muy grave porque se afectaría el transporte marítimo, aumentaría los costos del comercio y detonaría un efecto inflacionario en cascada.

Para México, país dependiente de las importaciones energéticas y altamente expuesto al comercio exterior, el escenario es especialmente complejo. Cualquier alza sostenida en la gasolina importada presionará a PEMEX, impactará en las finanzas públicas (si se decide mantener el subsidio al IEPS), y alimentará el malestar social por el encarecimiento de productos básicos.

Además, los inversionistas internacionales se vuelven más selectivos en tiempos de incertidumbre. México, con su perfil de bajo crecimiento, su deteriorado sistema judicial y su conflictiva relación con Estados Unidos, puede ver salidas de capital que deprecien el peso y eleven el riesgo país. No es casualidad que el oro haya escalado a niveles récord. Los flujos globales buscan refugio y el peso mexicano no es visto de esa manera.

¿Y si esto es solo el comienzo?

El escenario planteado por analistas como GnS Economics es alarmante: una cadena de retaliaciones que incluye ataques con armas hipersónicas, afectaciones a instalaciones nucleares y la amenaza latente de una intervención rusa. Aunque muchos consideran exagerado este pronóstico, la historia reciente enseña que las guerras modernas escalan más rápido de lo que las diplomacias pueden contener.

Al momento de escribir estas líneas, Irán aún no ha cerrado el Estrecho de Ormuz, pero ha amenazado con hacerlo. Tampoco ha respondido con toda su fuerza a los ataques sufridos. Si lo hace, o si decide avanzar con un programa nuclear acelerado —como algunos informes sugieren—, la presión internacional crecerá. Y si Estados Unidos interviene directamente, el conflicto se convertirá en una guerra regional total con consecuencias globales.

En ese contexto, los bancos centrales del mundo —incluido Banxico— deberán adaptarse a una nueva normalidad de inflación más alta, tasas de interés elevadas y más restrictivas por más tiempo, crecimiento económicos más débil y mercados más volátiles.

Conclusión: un momento para la prudencia

México no puede ignorar esta nueva realidad. El mundo está entrando en una etapa de mayor desorden geopolítico, donde las decisiones de política monetaria ya no dependen solo de los datos internos, sino también de los riesgos externos. Banxico debe actuar con prudencia, evitando el error de asumir que la inflación está bajo control cuando los datos sugieren lo contrario.

El gobierno federal, por su parte, debe reconocer que el entorno económico ha cambiado. Persistir en narrativas optimistas desconectadas de la realidad no solo deteriora la credibilidad, también limita la capacidad de respuesta. Es momento de asumir que la estabilidad interna también depende de una lectura clara del contexto internacional.

La guerra puede estar lejos en el mapa, pero no en sus consecuencias. Para una economía como la mexicana, vulnerable en lo fiscal, dependiente en lo energético y atrapada en un ciclo de bajo crecimiento, el impacto no solo será inevitable, sino posiblemente devastador si no se actúa con visión y realismo.